Yo también me planteé en su momento la cuestión de si un escritor, aspirante o no, debería acudir a algún curso de escritura. Merece la pena dependiendo del curso en el que caigas. Compartiré mis experiencias, ya que he acumulado algunas perspectivas sobre lo que se puede esperar, y me gustaría haber contado con esta información antes de empezar el primer curso.
Para empezar, cómo soy ha afectado mi experiencia durante los cursos de escritura a todos los niveles. Cuando algún entorno cae por debajo de mi límite personal de lo tolerable, lo abandono sin más. Dejé los tres primeros cursos de escritura a los que acudí. Sólo acabé el cuarto. Uno lleva a un curso de escritura ciertas expectativas, explícitas o no. Asumes que los asistentes querrán escribir más o menos tanto como tú. Si ya escribes algo para publicarlo, te diferenciará de la gran mayoría de quienes te rodearán.
He identificado varios bloques entre la gente que acude. Unos esperan que los animen a escribir. Necesitan que alguien les presente algún ejercicio. Si se les ha ocurrido algún proyecto en vistas a publicarlo en el futuro remoto, es casi imposible que lo vayan a acabar. Escribir una novela requiere una constancia, una paciencia y una automotivación incompatibles con la clase de personalidad a la que necesitan empujar para que escriba.
Otros acuden a los cursos de escritura por el estatus que creen que les otorga. Me sorprendió cómo algunos alumnos preparaban “cenas de escritores”, enfatizando que se trataban de escritores. Se organizaban para llevar elementos decorativos relacionados con el mundo de la escritura. Me parecía curioso que la gente implicada rara vez escribiera.
Otro grupo, el más destructivo que he encontrado, es el de algunas personas cercanas a la edad de jubilación o que la han rebasado. Acuden a las clases de escritura con el propósito más o menos explícito de llenar el tiempo en un buen ambiente. Pretenden hacer amigos y que no los carguen con tareas difíciles. Me daría igual si no fuera porque suelen arruinar las clases salvo que el instructor se centre en impartir un material específico. Cuántas veces interrumpían las clases o las conversaciones relativas a la escritura con comentarios de política o deportes. Sólo en muy raras ocasiones una de esas personas pretende publicar algo.
Con suerte, en alguno de los cursos te toparás con una o dos personas que siguen una rutina de escritura para publicar su proyecto, y que asisten para aprender técnicas nuevas y/o recibir críticas. Es posible que algunas de esas personas pasen desapercibidas, porque el ambiente improductivo las disuade.
Quién imparte el curso determina la perspectiva que se aplicará a la mayoría de las clases. Los motivos por los que escriben tiñen el material, por qué seleccionan ciertas muestras de escritura y cómo juzgarán el material de los alumnos. Uno de los instructores consideraba que se debía usar la escritura de ficción como herramienta para cambiar la sociedad. Los relatos que ponía de ejemplo como buenos denunciaban algún aspecto social que al instructor le disgustaba o que quisiera promover. Ese mismo instructor, de manera previsible, consideraba que la ficción que pretende apelar al subconsciente, conmover bien provocando lágrimas, rabia, alegría, etc., era un desecho propio de paletos. Su ficción preferida se rebelaba contra cualquier técnica para conmover, y consideraba un éxito acabar con un relato complicado sin motivo, opaco, hueco de emociones. Yo busco en la ficción una bomba que me reviente el statu quo emocional, que me afecte como un hachazo contra un océano helado, igual que dijo Kafka.
Otro instructor impartía un curso de escritura creativa con el énfasis en los aspectos más caóticos de la creatividad, casi a la manera en la que se impartiría para alumnos de primaria o del parvulario. El contenido del día solía basarse en los antojos y el ánimo momentáneo del instructor. Nos mandó que lo usáramos de protagonista para algunos relatos que mandaba para casa. Tenía como objetivo mantener un buen rollito. Se pretendía que la lectura de los ejercicios provocara un cachondeo o en general permitiera a todos sostener una sonrisa bobalicona. Cuando algunos de los presentes, que fuimos yo y un par más, presentábamos algo de cierta profundidad, ya porque provocaba tristeza u otra emoción incompatible con sostener esa sonrisa, llovían los comentarios y las bromas del instructor que recriminaba de una manera pasivo agresiva que nuestros tonos discreparan. Previsiblemente, ese instructor creía en The Secret, la filosofía que considera que el universo existe para alimentar el narcisismo de esas personas.
Otro instructor carecía de interés hasta por impartir el contenido deficiente que anunciaba. Todos los ejercicios consistían en completar fragmentos de sus libros, y al final intentaba manipularnos para que los compráramos. Cuando los alumnos habían leído sus ejercicios y quien hubiera traído sus fragmentos a criticar hubiese acabado, el instructor ocupaba el resto del tiempo con ejercicios inútiles de gramática. Saqué más de ese curso que de los otros dos porque podíamos traer nuestro material para criticar, aunque en lo que respectaba a mis muestras, le salió el tiro por la culata. El instructor había admitido con naturalidad que hacía décadas que no leía ficción. Su psique parecía centrada en mantener el statu quo. Mis fragmentos para criticar lo molestaron hasta el punto de que se negó a seguir corrigiéndolos, y sugirió que el baremo a seguir para determinar qué podíamos incluir en una historia debería basarse en si molestaría a una monja. Dejé el curso tras esa clase.
Al cuarto instructor lo interesaba enseñar cierto contenido, técnicas relativas a cómo componer una historia. Se trata de una persona que escribe una novela tras otra y a la que publican editoriales tradicionales. Era más permisiva con los alumnos de lo que a mí me habría gustado, pero yo sería un profesor pésimo. Ese instructor impedía que rompieran la clase quienes acudían a hacer amigos y a que no los hicieran trabajar demasiado, uno de los cuales hasta acudía achispado. Saqué mucho de valor de ese curso.
Escribir se trata de una labor solitaria, así que a lo largo de los años se te pegan como moluscos costumbres o tics negativos, o hasta erróneos. Los repites por instinto hasta que alguien te enseña que te equivocas. Mediante los cursos yo descubrí mi problema con el leísmo; se me había metido en la cabeza que para referirte a las personas sólo debías usar le, y lo o la para los objetos. Ahora, con 32 años, necesito corregir esos errores de manera deliberada durante la revisión. También usaba a veces según en vez de mientras. Dado que leo más en inglés que en español, tiendo a usar menos artículos que los que un lector hispanohablante esperaría, y también debo corregirlo de manera consciente. A veces se me cuelan palabras en inglés en los borradores, o invento palabras derivadas de alguna inglesa. Por ejemplo, me encantaba usar la palabra receder, derivada de la palabra inglesa recede, aunque no existe en nuestro idioma. He tenido que corregir uno de esos casos en los relatos que subí al blog (Relatos que escribí para los talleres).
Debo aclarar que ni la vida ni los seres humanos en general me gustan demasiado. Prefiero estar solo el 99,5% del tiempo. Eso entra en conflicto con acudir a un curso de escritura, y requería un esfuerzo enorme, pero sabía que me ayudaría a escribir mejor. Las historias que germinan obligándome a que las escriba, o que las ponga en cola para escribirlas en el futuro, tienden a clasificarse de manera general en el género de terror, o de ciencia ficción o fantasía oscura. Como consecuencia de mi esquema neurológico, el positivismo que nos fuerzan a seguir o al menos pretender que lo seguimos, para colgarse una sonrisa mientras te manejas por este mundo infectado por un dolor constante, me pone enfermo. Mi presencia, aunque se limitara a no devolver una sonrisa a tiempo a alguien en clase, ya perturbaba el buen rollito de alguno de esos cursos. Cuando llegaba el turno de que yo leyera mi trabajo, a menudo caía algún comentario del tipo a ver qué dice ese ahora, u otra variación mema. Añado que hace unos siete u ocho años me diagnosticaron con el síndrome de Asperger, que ahora clasifican como autismo de alto funcionamiento. La diferencia me ha hecho consciente durante toda mi vida de que los demás esperan de mí que procese la realidad como ellos y que les lea la mente. Cuando se topan conmigo, a veces la primera persona que encuentran que no ve el mundo como ellos o que lo evidencian, algunos tardan poco en acusarme de falta de empatía. Uno de esos casos me tocó las narices lo suficiente como para dejar el curso, del que no sacaba nada de valor en un primer lugar. En ese mismo curso pasó que durante mi lectura de un ejercicio (titulado Baila y baila en Relatos que escribí para los talleres), una de las asistentes, del grupo de jubilados/casi jubilados, armó jaleo mientras yo leía para evitar escucharme, y cuando acabé, la mujer lloró y dijo que no acudía a clase para escuchar cosas negativas.
Creo que muchos de los problemas de los cursos de escritura se basan en que hay algo erróneo en compartir la escritura honesta de alguien para un público, de la misma manera que no mearías de cara a testigos. Deberías leer en privado la clase de ficción que te conmovería, que para mí es la única que merece la pena. Debe afectarte de verdad y doler en un sentido u otro, de manera que se queda contigo como una experiencia vital. Quizá por eso considero una medalla de honor que a algunos lectores mi primer libro, Los reinos de brea, los haya perturbado lo suficiente como para dejar de hablarme o hasta no querer permanecer en la misma habitación conmigo.
En resumen, asume que los cursos de escritura te decepcionarán pero que a pesar de ello pueden mejorar tu escritura. Si aspiras a publicar, prefieres evitar que tus lectores de pago encuentren errores que habrías debido subsanar durante la fase de revisión. Pretendo acudir a otros cursos de escritura, pero sé que valdrá la pena si el instructor ha preparado un buen material y quiere ceñirse a él, si permite llevar textos para que te los critiquen, y si los alumnos entienden que escribiendo ficción podemos contribuir algo importante a los registros humanos, en vez de tomarse las clases como una distracción. De lo contrario, asumo que volveré a abandonar esos cursos a la mitad.